CURSO DE CREATIVIDAD ON-LINE

CREATIVIDAD SIN OSTENTACIONES NI COMPULSIONES

A mayor acervo cultural, mayor y mejor será la dosis de creatividad eficiente, funcional y sustentable en nuestras vidas. Pero el desarrollo de nuestra propia creatividad se verá afectado por el “justiprecio” (admiración o valoración) que le sea otorgada a la creatividad en nuestro entorno familiar, vecinal, social, académico y profesional. ¿Se honra el talento creativo en nuestro entorno o se le ignora y desprecia y descalifica abiertamente? ¿Nuestros profesores, padres y/o gerentes estimulan el pensamiento creativo (la originalidad, la innovación, el aporte de ideas y soluciones) o lo censuran y reprimen? ¿Nuestra sociedad contemporánea quiere y financia a individuos que piensen, opinen y propongan novedades o prefieren a “consumidores” que compren, callen y obedezcan (pero sobretodo que compren y compren y compren)? ¿Existe un “viagra” para erectar la creatividad? Sí existe este “viagra para la creatividad” y se denomina “autoestima” (valoración y confianza en mí mismo).

Las sociedades más prósperas y funcionales son aquellas que estimulan y premian y convalidad los logros de la creatividad individual, social, vecinal, familiar, académica y gerencial. Agarren ustedes un mapamundi y decidan cuáles son estas sociedades creativas y funcionales. Sociedades donde se justiprecia el conocimiento y las expresiones culturales, el teatro, la ópera, el ballet, los conciertos, el cine, el video, la fotografía, las bellas artes, la tecnología al servicio de cada una de las disciplinas anteriores. Son sociedades de individuos interconectados entre sí mediante una tradición de trabajo creativo y esfuerzo innovador que no deja de perfeccionarse a sí misma. ¿Es ésta la sociedad en la que vivimos consuetudinariamente; por qué sí; por qué no? ¿Soy yo mismo una persona creativa o rutinaria; predomina en mi vida cotidiana la creatividad o la reiteración incesante de rutinas; cómo me siento yo al respecto; he hecho algo o me he planteado algo para cambiar (mejorar, superar) esta situación?

Nuestra cultura, nuestra civilización es antropocéntrica; es decir, el hombre (la mujer, la persona, el individuo, el ser humano) es el centro de todo. Todo gira en torno a nosotros. Un momentum decisivo en la historia de la civilización (y no menos de la experiencia humana) es cuando el individuo descubre (y asume paulatinamente con acciones trascendentes) que él es un sujeto activo (proactivo, asertivo y decisivo; o sea, protagónico) frente al ambiente, encarando las circunstancias, y que todo ello resulta una enorme e inusitada unidad, una simultaneidad de procesos paralelos y convergentes.

Comúnmente, el individuo se vive a sí mismo (se experimenta, se percibe, se confronta en su mismidad y otredad) en función de las circunstancias. Un buen día, el ser humano toma conciencia de sí mismo, se da cuenta de que él está aquí, de que él es alguien, asume que, detrás de esta complejidad de experiencias, de fenómenos, de cosas que pasan, que se sienten, que se piensan, que se hacen, que se perciben, hay una unidad, hay alguien que es uno, alguien a quien damos el nombre de “yo”, alguien a quien teníamos ignorado, solapado, escamoteado, inédito, amordazado, no conocido y mucho menos realizado vitalmente.

Así, como parte de un complejísimo e intrincado (pero fascinante) proceso in crescendo, el individuo va entendiendo, enterrándose y asumiendo que es alguien, un centro, un núcleo, es decir, mucho más que una suma confusa de experiencias y emociones y fenómenos. Paulatinamente, este mismo individuo que somos todos, va descubriendo también que es de ese epicentro, de ese núcleo, en definitiva de ese “yo”, es de donde surgen todos sus fenómenos de conciencia. Siempre es el “yo” quien se da cuenta de lo que ocurre, de lo que se dice, de lo que se piensa, de lo que le dicen, de lo grato o ingrato, de lo que acontece alrededor. Es decir, el hombre se da cuenta de que el “yo” no está limitado a representar un “yo” marginal y marginado (postergado, subvalorado, en segundo plano), sino que es un epicentro dinámico y proactivo, asertivo y protagónico, que es el punto de partida permanente de todo lo que constituye su existencia concreta, además de su autoconciencia, experiencia personal y fuente fluida de su repertorio de conducta. Siempre es el “yo” quien está realizando quehaceres, quien se está exteriorizando y demarcando su impronta individual en cada pensamiento, en cada emoción, en cada acción. Ya que el “yo” es el epicentro, ciertamente, pero un núcleo que proyecta las líneas centrífugas que son sus actualizaciones, sus manifestaciones. Y ese conjunto de exteriorizaciones constituyen la trama con la que se fabrica su existencia. Si no hay epicentro, si no hay ese punto de partida, no hay experiencia posible y ni siquiera existencia del “yo”.

La existencia individual se va protagonizando como una actualización progresiva de un potencial que habita dentro de nosotros, un oleaje vital que se materializa y se desarrolla cuando se está en contacto con todo lo exterior y se corresponde a los millones de estímulos foráneos. Algo externo impresiona mis sentidos y “yo” correspondo con una manifestación física que es mi comportamiento perceptible por las demás personas. Es mi correspondencia con el entorno lo que determina mi existencia cotidiana a lo largo de todas las etapas de mi vida.

Resulta tremendamente relevante esta noción ya que el hombre asume que su existencia no es más que una progresiva “actualización” (sí, igual que las actualizaciones de la computadora) de un potencial que es este “yo” –este epicentro– y que lo externo es apenas un modo específico de estímulo y correspondencia dirigido a producir una modalidad específica de actualización, pero que todo lo que se actualiza gracias al estímulo se actualiza también en el repertorio de conducta y en el acervo intelectual del ser humano.

Entender todo ello significa darse cuenta de que, esencialmente, correspondemos actitudinalmente a los estímulos externos en la medida en que convivimos en un entorno vasto y complejo de múltiples e incesante interacciones humanas (afectivas, comunales, académicas y laborales). De esta manera yo asumo que “yo” soy causa y efecto, epicentro y núcleo de irradación (ya veremos en las próximas páginas de este libro que en esto consiste la creatividad que tanto nos vincula y atañe), interactuando con el medio ambiente. Idealmente, esta interacción incesante “mismidad-otredad” debería operar en los términos más armoniosos, lógicos y ecológicos posibles. Allí, precisamente, reside su sustentabilidad (concepto en el que insistiremos muchísimo).

Quiero referirme ahora a la actitud. Los seres humanos vivimos absolutamente todas las cosas con una determinada postura interior. A esta postura interior que nos predispone a reaccionar de un modo o de otro la conocemos como “actitud”. Es obvio que nuestro despliegue actitudinal depende estrechamente de nuestros estados de ánimo y ello genera actitudes gratas e ingratas; actitudes deseables e indeseables; actitudes auspiciosas y desdeñables. Las actitudes, cualesquiera que estas sean, me reafirman o me niegan como individuo en el mismísimo instante en que afloran. Mi actitud es el modo de encarar, de afrontar el medio ambiente (lo exterior a mí mismo) y de interactuar con ello. ¿Estoy plenamente consciente de mis actitudes; las percibo; logro monitorearme al respecto? Es decir, ¿estoy en contacto permanente con mis actitudes, esas actitudes que me definen ante el mundo exterior, esas actitudes que son mías, que me son propias?

El arsenal de actitudes también incluye la pasividad, la dejadez, el protagonismo, la despreocupación, el tremendismo y así un prolijo listado que el lector puede decidirse a proseguir. Puedo decidir ser conflictivo o conciliador o indiferente ante los embates consuetudinarios de ese mundo exterior (nada menos que todo un planeta con cientos de millones de habitantes y seguimos contando) con el que convivo e interactúo de manera impostergable.

Una actitud proactiva nos permitirá exteriorizar una excelente imagen de nosotros mismos, ayudándonos a interactuar con ese amenazante y prometedor mundo exterior que nos rodea por todas partes. Lo importante de la actitud proactiva es que nos reafirma frente a los demás, consolidando nuestro “yo”, nuestra individualidad, nuestro propio espacio, nuestra existencia, nuestra singularidad y nuestro indeclinable derecho a “ser quien soy” (ya comprobaremos más adelante que la proactividad tiene mucho que ver con la creatividad y con otro concepto básico: la asertividad).

Entonces, la proactividad es la actitud primordial. Cuando el individuo llega a asumir y consolidar esta actitud positiva, es cuando logra hacerse cargo de su potencial creativo. Deja de ser un ente pasivo, paciente, de lo que sucede en el exterior. Así, el ser humano aprende a vivirse a sí mismo como sujeto protagónico de su mismidad y, simultáneamente, de su interacción con la otredad representada por el mundo externo. Aunque no se trata de emanciparnos de las tendencias imperantes en el mundo externo, sino de poder llegar a convivir armoniosa y productivamente con ello y todas sus implicaciones.

El cuerpo actitudinal a asumir es la determinación de vivir cada opción existencial con lo mejor de nosotros mismos. A medida que me voy descubriendo y entrando en contacto conmigo mismo, yo adopto la actitud proactiva porque así lo decido, yo así lo deseo, porque esa es la actitud a la que soy proclive, resultándome productiva, funcional, eficaz, armoniosa y sustentable. Y viviré esa actitud positiva, disfrutaré mi energía, mi entusiasmo, mi cordialidad, mi gozo, aun cuando el mundo exterior me sea hostil, ejerciendo esa conciencia que tengo de ser yo mismo.

Yo mismo soy esa proactividad, esa asertividad, ese potencial de talento y creatividad, ese flujo renovable de energía lógica y ecológica, esa cordialidad existencial. Yo decreto ahora y aquí que yo lo soy y lo soy intrínsecamente y no dejo de serlo porque las cosas me vayan bien o me salgan al paso obstáculos o contratiempos. Esto es realmente una disciplina, porque estamos acostumbrados a vivir completamente a merced de las situaciones, a ser un mero reflejo de las circunstancias externas. Esto requiere una decisión valiente, una determinación tenaz, una energía imperecedera. Esta es la actitud positiva y saludable y auspiciosa y llevadera de la creatividad.

La actitud positiva sostenida es el medio más expedito para desarrollar nuestras capacidades. Nosotros no desarrollaremos nuestra inteligencia, nuestra intuición, nuestra capacidad de simpatía, de cordialidad, de empatía con las personas, hasta que no hayamos ejercitado una y otra vez nuestras actitudes positivas. Por tanto, esa actitud proactiva, es decir, ese poder ser actor creativo en la propia existencia, depende de dos factores: en primer lugar, la capacidad de darse cuenta de que uno es uno, de que uno es ese epicentro. En segundo lugar, depende del cultivo en la vida diaria de esa constante actitud positiva y activa. Éstos son los dos elementos necesarios para desarrollar esta capacidad creativa que nos es innata.

En la justa medida en que yo asuma mi propia identidad, fomentándola y consolidándola identidad, en esa misma medida podré autodeterminarme y hacerme responsable de mi existencia en los sucesivos escenarios en los que yo me desempeño (afectivos, vecinales, académicos, recreacionales y profesionales). Resulta bastante posible que las cosas estén funcionando regularmente a mi alrededor, pero lo que es seguro es que hasta que yo no haga ajustes interiormente, pues no podré sentirme confortablemente ni “funcionar” eficientemente de cara a los demás, en el mundo exterior. Lo que pretendo expresar es que mientras yo mantengo conflictos (desajustes, contradicciones, asintonías) en mi fuero interno, en mi interior, pues esto mismo me ocasionará vivir todas esas contradicciones (asintonías) con el mundo exterior y sus habitantes (vecinos, amigos, parientes, pareja, colegas, condiscípulos, etc.).

Si en mí hay animadversión, mi cuerpo actitudinal proyectará esta hostilidad (o mi optimismo o mi inseguridad o mi ambición o mi entusiasmo o mi escepticismo o mi dejadez o mi angustia o mi desesperación y absolutamente todas las anteriores). De esta manera, mis conflictos internos los estaré recreando permanentemente en el mundo exterior, haciéndolos interactuar con mi prójimo. Así, pues, no hay posibilidad de cambio en el exterior hasta que el propio individuo (o sea, “yo”) no cambie lo que es la esencia (el núcleo, el epicentro) del conflicto, en el interior, ya que los cambios (las modificaciones actitudinales, las mejoras) se producen de adentro hacia afuera, aún cuando sí se ven reforzadas (estimuladas) por el feedback que nos brinda el mundo externo que nos rodea por todas partes, incesantemente.

Recapitulemos brevemente lo expuesto hasta ahora: el cambio (modificación o mejoramiento) actitudinal que debemos operar en nosotros depende de dos factores básicos. En primer lugar, de la capacidad de darnos cuenta (de lograr identificar y asumir lo que nos sucede, lo que nos está pasando –y pesando–), es decir, de la autoconciencia de los procesos que vamos viviendo durante nuestra cotidianidad. En segundo lugar, de nuestra actitud proactiva, asertiva, protagónica, valiente, decidida y decisiva para superarnos y actuar.

Una de las vías de realizarlo (¡de realizarnos, de realizar nuestro “yo”!) es vivir concediéndole relevancia a cada uno de los instantes que vivimos. Ya que nuestra existencia nos va exigiendo a cada momento sucesivo de nuestra vida el máximo potencial de nosotros mismos. Se trata, entonces, de corresponder a esta exigencia (a este desafío consuetudinario), obligándonos a ser más protagónicos, más asertivos, más proactivos y, por ende, muchísimo más conscientes y responsables de nuestras experiencias, de nuestro núcleo, de nuestra esencia, de nuestro epicentro, de nosotros mismos.

Esta vigencia y “presencia” consciente y responsable de nuestro “yo”, ese “estar presente” y asumirlo en alta voz y protagónica, esta comunión gratificante y plena con nuestra propia mismidad implica, simultáneamente, el deber de intentar conciliar tenazmente la exteriorización de nuestro “yo” con la otredad, con el prójimo, con el mundo circundante. Nuestra experiencia es siempre un flujo constante entre afuera y adentro. El “yo” es tanto sujeto de acción como de recepción. El “yo” ha de ser el común denominador de todo lo que es mi actitud en el dar y de todo lo que es mi actitud en el recibir, en el percibir, en el interactuar cotidiano en escenarios concéntricos que constituyen la existencia del ser humano durante su tránsito por este planeta deslumbrante y bendito.

CREATIVIDAD ES IGUAL A COHERENCIA

El pensamiento creativo no es más que la destreza para producir ideas sustentables que satisfagan metas de índole diversa. La fuente del pensamiento creativo es nuestro ingenio e imaginación y su basamento es nuestra cultura general, nuestro acervo intelectual. La creatividad reposa en nuestros conocimientos y experiencia, en el valiosísimo e impostergable “saber hacer” (el término anglo “know how”) tan apreciado en los círculos empresariales, sin perder pero que ni un solo ápice de vigencia.

El pensamiento creativo consiste en establecer relaciones inéditas, relaciones no vistas por el grueso de nuestros semejantes, entre ideas, objetos, hechos, situaciones, procesos, escenarios. El pensamiento creativo es, entonces, un vínculo (link) o, mejor dicho, un proceso de vinculación con nuestro entorno de manera fresca, novedosa, ingeniosa y fluida. El pensamiento creativo busca la fluidez de vínculos y procesos en simultaneidad. El pensamiento creativo es incluyente y polivalente. El pensamiento creativo ejerce la convivencia y la conciliación de ideas e intereses diversos. Es por ello que el pensamiento creativo apuesta, ecológicamente, por la biodiversidad sustentable. El pensamiento creativo resulta asertivo y proactivo, valiéndose de un lenguaje posibilitador que no niega a priori las opciones desplegadas. El pensamiento creativo asciende por sobre cualquier conflicto (o disparidad de criterios) para poder obtener una perspectiva “aérea” que le brinda una visión panorámica de los múltiples escenarios en juego.

Recuerden que el pensamiento creativo abarca de lo general a lo específico sin subestimar el valor relevante de los más minúsculos detalles. La divinidad, el virtuosismo, reside en los detalles, en la precisión encantadora, en la minuciosidad que salva vidas oportunamente. Ningún talento creativo es fruto de la improvisación analfabeta, disfuncional e irresponsable. La charlatanería proselitista es una fachada que se deshilacha con la misma facilidad (y falsa felicidad) con la que se enarbola en la imaginería popular. Por tanto, el pensamiento creativo no se vale de los arquetipos, salvo para hacer inteligible su mensaje, aunque dosificando el efectismo para evitar la demagogia y la promiscuidad de la ignorancia. El pensamiento creativo predica con el ejemplo de su sobriedad discursiva y proactividad coherente.

CREATIVIDAD SIN PRIVILEGIOS

Todos nacemos con una capacidad creativa innata que luego puede ser estimulada o no (desarrollada o no; ejercitada o no; entrenada o no; canalizada o no, exteriorizada o no; justipreciada o no). Afortunadamente para nosotros, ciudadanos de este tercer milenio prodigioso, la ciber-tecnología e internet nos han posibilitado la masificación virtual de todo un conjunto enorme de opciones digitales que nos permiten “aficionarnos” a la fotografía, el video, la música y/o la escritura, a través de los recursos que nos brinda la web en tiempo real y sin fronteras: salones de chateo, cibergalerías, webpages, blogs, youtube, dailymotion, mensajerías de texto, bibliotecas virtuales, cursos on line, e-mails, etcétera.

A este multinivel pluritemático que posibilita tantas opciones simultáneas, todos somos creativos virtuales, creativos multimediáticos que publicamos (posteamos, colgamos, exhibimos) nuestros mensajes y expresiones en internet, lanzando una autoafirmación de nuestra personalidad y de nuestra existencia. Internet es, de este modo, la panacea virtual al anonimato y al aislamiento. Internet es el ciber-trampolín para la creatividad doméstica (in house) de cientos de millones de almas a lo ancho y largo de nuestro planeta contemplado en visión satelital desde la pantalla de nuestro computador portátil. Es así como la creatividad se ha transformado en un bien portátil e itinerante que catapultamos hasta nuestros destinatarios urbi et orbi, quienquiera que ellos sean.